me topé con un gran muro,
este muro me llegó de repente
y nadie me avisó
de que tendría que hacerle frente.
Cuando lo vi por primera vez
no tenía fin,
no me permitieron saltarlo
y volver a vivir,
no me permitieron escalarlo
y poder seguir.
Simplemente lo construyeron delante de mí.
¡Era un muro tan grande!
Invisible para los que no entendieron que una joven de dieciséis años
de pronto no hablara con ellos,
o que su sonrisa se anulase.
Me costó mucho tiempo acercarme
y poder descubrir
que debía seguir adelante,
que todo muro,
aunque de piedras haya sido construido
puede derrumbarse.
Pero era tan joven
que no tenía en mi mano
las herramientas necesarias
para afrontarlo.
Así que en un principio me quedé quieta,
sentada a su lado,
observándolo.
Sin darme cuenta
y entre lágrimas
vi que entre sus grietas
había pequeñas piedras
y las fui quitando;
tras ellas vinieron
algunas otras que
iban aumentando de tamaño.
Fue pasando el tiempo
y no hablo de días,
no hablo de meses,
fueron pasando los años;
y cada vez las piedras de mi muro
eran más pesadas,
eran mucho más grandes;
pero mis piernas y mis brazos
cada vez estaban más fuertes,
no igualmente mi corazón
pues cada piedra que quitaba
formaba una grieta que lo atravesaba.
Muchas veces creí ver las últimas piedras,
pero siempre había más detrás de ellas.
Muchas veces creí ver el otro lado,
pero solo era imaginado.
Sin embargo no me rendí
y seguí, y seguí,
quitando cada piedra que iba encontrando.
Un día, en mi tristeza
por fin pude darme cuenta
de que cada piedra que quitaba
al lado de otra la colocaba.
Sí, de joven me encontré con un muro
imposible de derribar,
pero fui yo la que hizo
que no tuviera un final.
CLMS
20-2-2021
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